Leonard Cohen encandiló a Zaragoza a golpe de susurro

LEONARD COHEN ENCANDILÓ A ZARAGOZA A GOLPE DE SUSURRO

Noticia

16/09/2009

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El Periódico de Aragón

El cantante canadiense estuvo muy bien arropado por una orquesta plagada de solistas

Las tres coristas que lleva Leonard Cohen como contrapunto a sus salmodias de profeta judío, iniciaron la melodía de Dance me to the end of love y todo el público se quedó colgado del escenario del Príncipe Felipe, meciéndose en esta canción melancólica, con el saxo tenor, al contracanto.

Cohen era ayer un susurro, un recitador correcto y existencial, muy bien flanqueado por un equipo de solistas que puso sobre las tablas el blues, el folk, el country, el soul, el flamenco y el jazz. Si el temple torero es recoger el ímpetu del toro con una marcha más corta, esa fue ayer la tarea del canadiense, acariciador y envolvente.

La bandurria de Javier Mas metió a la canción The Future en el Mediterráneo: "He visto el futuro, hermano, y es asesinato". El gran escenario con las luces azules era abisal.

Una voltereta hacia atrás de las hermanas Webb hizo pensar en esas peceras de los restaurantes caros, donde se perciben movimientos mínimos: una antena aquí, una pinza allá... Los músicos tocaban sumidos en el más estricto minimalismo de gestos. Y contra los focos daban sombras como la de los penitentes de El último sello. Puro espíritu.

DE RODILLAS

Leonard Cohen arrancó Aint no cure for love acurrucado, de rodillas, como un monje budista y luego levantó al gran salón a oscuras con la canción Bird on the wire: "Como un pájaro en los hilos del telégrafo / como un borracho en un coro de medianoche / he intentado, a mi manera, ser libre...". Menudo epitafio. Era un largo gemido del cantante tras haber escalado por los acordes del candelabro de los siete brazos, con el metal de Dino Saldo a su lado.

El cantante se quitaba el sombrero, cortés, ante cada solista. Parecía un notario que se levantara de pronto de la cabecera de la mesa y se pusiera a cantar como sólo cabía esperar de un notario, cortés, coherente y correcto, pero con unas letras escalofriantes: "Y a veces, cuando la noche es lenta, los miserables y los mansos recogemos nuestros corazones y vamos a mil besos de profundidad" (A thoussand kisses deep).

Sonaba España en las tripas de ese laúd imponente de Javier Mas y su silueta con sombrero daba en el fondo el anuncio del Tio Pepe. El bajo, Roscoe Beak, marcaba ritmos y la armónica acompañaba al Cohen profundo. Escucharle anoche era como oír el mar, una ola, otra, otra... con una sensación de empuje del infinito.

Leonhard Cohen tocó sobre un teclado Casio como el notario que plantara una firma algo extravagante. Al llegar Suzanne, sedante y triste, el concierto había ganado altura en la segunda parte. El compositor había perdido los derechos sobre ella, pero se reivindicó al oírla cantar en una barcaza del Mar Caspio.